Llegará un día en el que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza

Hace 50 años que te conocí y me sigues hechizando. Era un soleado día de mayo. Tu paseabas por el pueblo, tan guapa y radiante. Era imposible no mirarte. Yo era un pillo sin remedio que te quería conocer. Corriendo me presenté y te dije que jamás olvidaría tu sonrisa y tu, juguetona, me contestaste que seguro que si que olvidarías mi nombre. Yo, golpeado por esa contestación, te invité a dar un paseo con muy pocas esperanzas.
Una vez más me sorprendiste y aceptaste. En ese instante me enamoré de ti. Nos conocimos  y en poco tiempo, nos casamos. La felicidad nos acompañó todo el camino. La vida nos regaló a lo que más queremos en este mundo: nuestros hijos. El tiempo se consumió sin que apenas nos diéramos cuenta. Luis, Carmen y Juan ya se habían hecho mayores. Pero tú seguías con la vitalidad del primer momento. Me decías que ahora podríamos malcriar a los nietos, ir al parque, al cine, jugar a la pelota, las muñecas, comprarles caramelos, recogerlos de la escuela, presumir de ellos con las vecinas chismosas, aquellas a las que tanto te gustaba irritar y sobretodo disfrutar siempre de lo que el destino nos ofrecía, su compañía.
Pero el destino ofreció algo más distinto a lo que esperábamos. Después de tanta felicidad, creíamos que el dolor era extranjero lejano de nuestro sendero.
El día del primer descuido, no le prestamos importancia. Cuando se te olvidó mi cumpleaños empecé a sospechar, pero tú con tu orgullo dijiste que lo que pasaba es que estaba enfadado porque no me habías regalado nada.Ya ves que tontería, cuando el mayor regalo que me hiciste fue aceptar aquel día.
¡Qué poco tiempo te da la vida para afrontar los problemas que te presenta!
Cuando te diagnosticaron alzheimer ya era demasiado tarde.
El día que cumpliste tu promesa fue el más duro para mí. Hacía seis meses desde que el doctor nos comunicase tu estado de salud. Era otra mañana de mayo. Pero esta vez, el calor estaba haciéndose el remolón. El cielo estaba nublado cuando me levanté de la cama. Como todos los días recogí la casa y preparé el desayuno. Cuando fui a despertarte, tú ya te habías levantado de la cama. Me miraste con cara de confusión y me preguntaste ¿Quién eres?
Mi mundo se derrumbó.
La enfermedad borraba de tu mente toda la felicidad que habíamos tenido. No recordabas nada. Ni siquiera recordabas tu nombre.
Isabel, te llamas Isabel.
La vida estaba empeñada en alejarme de ti. En agosto, te dio un ataque al corazón. En la ambulancia lo creía todo perdido.
Pero el destino, después de la tristeza que había traído a nuestras vidas, nos regaló unos minutos más juntos. Estabas muy débil. Te acompañaba yo solo en la sala. Tus hijos estaban esperando para poder entrar a verte. De repente abriste tus maravillosos ojos, me miraste y con hilo de voz me pediste perdón. Yo te pregunté  ¿Por qué?
Y tú me contestaste: “Por mentirte al decirte que olvidaría tu nombre y por haberlo olvidado después”
En ese momento supe que siempre estarías conmigo, pasase lo que pasase. Me miraste por última vez y me dedicaste el último suspiro de tu corazón.

2 comentarios:

  1. Bueno mirfandu, que me encantó la entrada! :) & el blog! Te sigo desde y, ¿devuelves?

    Un besazo, sigue así por favor! :D

    fuckingtheseworld.blogspot.com , te espero!

    ResponderEliminar
  2. ... cuando el tiempo nos concede la oportunidad de sonreir hagamoslo porque mañana quizás nosotros mismos no podamos concedernosla y terminemos llorando lo pasado y añorando lo futuro.Me encanta esta entrada,es especial ;)

    ResponderEliminar

Post nuevo Post antiguo Home